Ponerse en la piel del otro significa imaginarse en la situación en la que el otro vive, sea este otro más o menos peludo. Es decir, este otro no es necesariamente una persona: puede ser un ser vivo, que como tú y como yo, come, respira, se reproduce y muere. Y, también como nosotros, siente el dolor, la alegría, la tristeza, la nostalgia...
Si te pones en la piel del otro, si verdaderamente te imaginas en otro cuerpo, más pequeño o más grande, más ágil, más peludo, digamos más animal, entonces, te salen solas las palabras. Se atropellan en la garganta.
Seguro que si, por un momento cierras los ojos, puedes imaginarte ser perro, o gato, o pájaro, o elefante, o mosca... o cualquier animal.
Cuando te sientas más animal que nunca, imagínate, por ejemplo, ser perro.
Si tienes suerte, naces, tu madre te alimenta, y siendo bien pequeño, acabas en una familia. Has estado en una tienda, has hecho un largo viaje, estabas abandonado en una cuneta... da igual. Si tienes suerte, cuando seas bien pequeño estarás con una familia.
Después, como todo ser vivo, crecerás.
¿Sigues estando en la piel de un perro?
Ahora imagínate que te suben al coche. ¡Que bien, nos vamos de paseo!
Notas algo raro: están nerviosos, te miran por el retrovisor, regañan a los niños por cualquier cosa... Y de repente el coche se para. Y te bajas. Das una vuelta, curioseas... ¡Chicos! ¡Os olvidáis de mí! ¡Chicos! ¡Chicos!
Bueno, ahora volverán. Seguro que no se han dado cuenta. Por si acaso, me quedaré aquí, sin moverme, para que cuando vuelvan me puedan encontrar.
¿Sigues estando en la piel de un perro? Ya no hace falta. Ahora que vuelves a ser persona, no hace falta que te explique lo que ocurrirá con este pobre perrito:
¿Y qué hago ahora? Pensará. ¿Por qué se han ido? ¿Qué he hecho? Y aturdido da vueltas de un lado a otro hasta que, y si tiene suerte será rápido, un coche que no ha visto, porque solo tiene ojos para buscar a su familia, le atropella. Un golpe seco y ya está, otra vida derramada en nombre de la irresponsabilidad.
Ahora, si tienes ganas de seguir leyendo, imagínate ser, por ejemplo, un delfín. ¿Lo tienes? ¿Te sientes rodeado de agua? Bien.
Estás nadando, juegas con tus amigos, y: ¡Que te parece! ¡Unos amigos han venido a jugar! Te acercas a unos muchachos que te esperan en la orilla... Golpes y más golpes, y sangre, cada vez más sangre. El agua se ha teñido de un bonito color rojo.
¿Por qué? Te preguntas. ¿Por qué me dan golpes y me pegan sin parar? ¿Por qué me hacen cortes y derraman mi sangre? ¿Por qué se ríen, gritan, vitorean, mientras yo no puedo escapar? Muerto de miedo, presa del pánico, te revuelves, intentas nadar lejos de aquel infierno...
Ya no seas delfín. Ahora que vuelves a ser de nuevo persona, supongo que sabrás de que te estoy hablando. Supongo que no te costará imaginar lo que sienten esos delfines, y, porque no, lo que sienten esos muchachos.
¿Tienes ganas de seguir leyendo? Bien. Ahora vamos a imaginarnos que somos, por ejemplo, un elefante. Pero un elefante pequeño, un bebé elefante. Mírate. ¿Tienes grandes patas? ¿Una larga trompa? Entonces ya eres elefante.
No te costará imaginar una mamá grande, siempre a tu lado. Ella te enseña los mejores lugares para comer, y también los mejores charcos de barro donde bañarse.
Un sonido seco. Mamá está en el suelo. No se mueve. Alguien se acerca. Me escondo. Observo atónito la escena: cinco hombres se acercan a mamá, le cortan los colmillos con los que me rasca cada noche y se marchan, a toda prisa.
¡Mamá, mamá! ¡Levanta, ya se han marchado!
Volvamos a ser personas. Seguro que no te cuesta imaginar lo que le ocurrirá a bebé elefante.
¿Quieres seguir leyendo? Bien. Ahora te lo pongo más fácil todavía: imagínate que eres persona. ¿Fácil eh?
Imagínate, ahora que eres persona, y por lo tanto un animal racional, capaz de distinguir el bien del mal, imagínate, el infierno que hemos hecho de este mundo para los animales. No te cuesta imaginarlo, ¿verdad?
Y ahora, después de estar leyendo esto, quizá te sientas mal. Quizá te preguntes: ¿Qué puedo hacer?
No compres un animal, hay muchos abandonados, sin familia, esperando un hogar. A un amigo no se le puede comprar.
No compres pieles, ellos la necesitan para vivir, tú no.
No compres productos testados en animales.
No compres marfil: las cosas bonitas no deberían estar teñidas de sangre.
Si encuentras un animal perdido, abandonado, herido... no seas egoísta: ayúdale.
No abandones a tu mejor amigo, tenga siete vidas o sólo una que ofrecerte.
No acudas a corridas de toros: no te creas que el toro no sufre. Si no te lo crees, prueba a clavarte una banderilla en la espalda y me cuentas.
En fin... no hagas nada que sepas o creas que puede perjudicar a un animal, de forma directa o indirecta.
Imagínate ser perro, y correr detrás de un coche que jamás volverá por ti...
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